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Tejedores de sueños y manos diligentes: triquis y mixtecos en Burlington

  • Ensayo

 

Por Dalia Maxum

 

 

Burlington es una ciudad ubicada en el condado de Skagit, cerca de la frontera con Canadá. Durante más de una década, indígenas oriundos de Oaxaca y Guerrero han viajado desde el Valle de San Joaquín en California hasta el Valle de Skagit en Washington, para cosechar frutos en el verano. Las familias viven en campos de trabajo muy cerca a los cultivos. Son cabinas temporales con paredes de madera, techos de hojalata, y un espacio para literas y una diminuta cocina.

La primera vez que visité un campo estaba feliz. Sabía que iba a encontrar una situación difícil, pero estar cerca de tanta gente oaxaqueña realmente me emocionaba. Lo primero que hice fue llegar a la cancha de basquetbol y empezar a compartir el balón y tablero con los muchachos que jugaban. Había muchísimos niños. Muchos se me acercaron; querían jugar conmigo y me hablaban en inglés. Les contesté en español, pero ellos continuaron respondiendo en inglés. Su español es mínimo; su lengua materna es el triqui o mixteco y el inglés su lengua de supervivencia. El español es un lujo para ellos.

Allí empecé a entristecerme; un mexicano ve a otros mexicanos y lo primero que hace es festejar con la lengua. ¿Cómo no aprendí mixteco? (Pero si no sé ni zapoteco, que es la lengua de mi padre). En fin, cuando pude ver una cabina por dentro me sentí peor. ¿Cómo pueden vivir 4 niños y sus padres en este lugar tan pequeño? El espacio total es lo que mide una recamara para la clase obrera; ni comparar con la clase media. Solamente en ese campo viven más de 200 familias. 

Cuando entré en esa fase de melancolía que no me permitió dibujar una sonrisa, ni siquiera por compromiso, fue cuando vi a los niños jugando muy felices a la orilla de un río que apestaba. Señoras que alguna vez trabajaron en campos parecidos y hoy son egresadas de la universidad de Washington me dijeron que es por los pesticidas. Llegué al punto de lágrimas cuando me vi en medio de una procesión religiosa. Al final el cura pidió rezar por los “patrones”. Estos indígenas se han acercado a la iglesia católica para encontrar un poco de ayuda y protección. Pero yo estaba molesta y me sentía impotente. ¿Por qué iba a rezar por los dueños de estos campos de cultivo que se asemejaban bastante a una tienda de raya de la época de la revolución? Ciertamente no deseo que una caja de arándanos les caiga en la cabeza, pero tampoco le voy a pedir a Dios concesión alguna para ellos.

El CEO de Sakuma Brothers alguna vez dijo que esas cabinas no son el Hilton, pero argumentó que están acorde a los estándares estatales, y los trabajadores no tienen que pagar el alquiler o servicios públicos. Los empleados en realidad son chantajeados, así que cuando hay una revisión por parte de la ciudad o el condado todo parece estar dentro de los estándares. Pero las familias han sido previamente aleccionadas, o esconden el exceso, para cumplir el número de personas por cabina. La amenaza es que si no les van a cerrar los campo y luego ¿dónde van a vivir?

Los recolectores han luchado por más de 10 años sin avances sustanciales. Cuando comenzó la cosecha de arándanos, la empresa despidió a Federico López por pedir un aumento salarial. Los trabajadores se declararon en huelga para apoyarlo en recuperar su empleo. Se organizó un comité: Familias Unidas por la Justicia, quien formuló un pliego de peticiones que incluían aumentos salariales y mejoras en las condiciones trabajo y cabinas donde vivían.

El despido de Federico López sacó a relucir otro problema: el programa H2A. Este proyecto se estableció en 1986 para permitir a los empresarios agrícolas de Estados Unidos contratar trabajadores de otros países y llevarlos a EE.UU. La empresa primero debía certificar que se ha tratado de contratar a trabajadores locales. Sin embargo, de acuerdo con un informe de Farmworker Justice, un grupo de defensa de obra agrícola en Washington DC, «los programas de trabajadores huéspedes bajan los salarios y las condiciones laborales de los trabajadores estadounidenses y privan a los trabajadores extranjeros de la capacidad de negociación económica». Ahí está el problema: ¿en qué parte de la ecuación o de la definición legal, entran los recolectores indígenas oaxaqueños? ¡En ninguna! No son considerados trabajadores estadounidenses, pero tampoco fueron contratados en el programa H2A.

Sakuma Brothers Farms es propiedad de una empresa familiar, Sakuma Brothers Holding Company, que tiene ventas anuales de más de 6 millones de dólares. La familia ha cultivado en el Valle de Skagit durante décadas. Durante la segunda guerra mundial los Sakuma fueron internados debido a su ascendencia japonesa, y hubieran perdido sus tierras de no haber sido mantenidos en fideicomisos para ellos por otro ranchero local, hasta que la guerra terminó. Hoy, el negocio ha crecido mucho más allá de sus raíces inmigrantes, y es uno de los mayores productores de bayas en Washington, donde la fruta es un gran negocio. La compañía es considerada de «integración vertical» y es dueña de una tienda, un congelador, la planta de procesamiento y una cadena de viveros de California. Irónico que ahora ellos son explotadores de inmigrantes que, como sus abuelos, alguna vez llegaron a este país para conseguir el “sueño americano”.

Los problemas no son sólo el salario, sino la discriminación. Bernardo Ramírez, quien dirige una organización de indígenas mexicanos, el Frente Indígena de Organizaciones Binacionales, viajó desde Oaxaca para apoyarlos. «Los capataces los insultan. Les gritan, les llaman ‘burros’”, comentó. «Cuando se les compara con los animales, esto es racismo. Somos seres humanos. Los bajos salarios son una forma de racismo también, porque minimizan el trabajo de los migrantes indígenas”.

Los trabajadores tienen sólo unos pocos meses para ganar lo suficiente para apoyar a las familias durante el invierno, cuando el trabajo es escaso y tienen que vivir de sus ahorros. De acuerdo con una persona que ha trabajado en Sakuma Brothers Farms durante cinco años: “antes de diciembre, nuestro dinero se ha acabado, y tenemos que obtener préstamos para sobrevivir”.

Esta es sólo una pequeña radiografía de los indígenas oaxaqueños que alguna vez tejieron la palma, que usaron el malacate y el telar de cintura pero que fueron forzados a dejar la montaña sin lluvia y sin cultivos, envueltos, en algunos casos, en una violencia añeja (el conflicto triqui) para venir a los Estados Unidos a seguir luchando. Sólo sus manos diligentes pueden recolectar, por horas y horas, delicadas frambuesas sin destruirlas. Sólo su alma artista, pero al mismo tiempo con poca información y herramientas, puede aceptar estas condiciones de empleo y supervivencia. Estos son los indígenas que dejaron Oaxaca pensando que era mejor sobrevivir aquí que morir allá.

 

– Seattle, Washington –

 

Fotografías – David Bacon

 


Dalia Maxum es abogada egresada del Centro de Investigación y Docencia Económicas del CONACYT. Su pasión es escribir, viajar y trabajar por la comunidad. Nació en Oaxaca en una comunidad zapoteca de los valles centrales. Ha colaborado con varias revistas. Tiene dos publicaciones en antologías literarias y es creadora de la página Luna Verde. Un lugar con recomendaciones de libros, viajes, comida y moda. Actualmente colabora como Directora de Eventos Educativos en la mesa directiva de Seattle Escribe.