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Liberación por Montserrat Alvear

La cocina de Rosario se aprestaba una vez más a ser testigo de las dotes culinarias de su dueña, quien metódicamente empezaba a organizar en su mente todos los ingredientes necesarios para preparar una de sus tartas de chocolate favoritas. Sacó un tazón, vertió dos tazas y media de harina, media taza de azúcar …y … con un nudo en la garganta, los ojos se le llenaron de lágrimas, entorpeciendo su labor.
¿Qué estará haciendo mi Camilita? –se preguntaba más de una vez. ¡Qué momentos tan bellos esfumados con el correr del tiempo! Un año sin verla, sabiendo que está tan cerca de mí. ¡Cuánto disfrutaba cuando ella metía su manita ayudándome a resquebrar los huevos y batirlos lo mejor que podía con su cuchara de palo!
No, no es lo mismo preparar esta tarta sabiendo que ella no va a deleitarse chupándose los dedos y embadurnándose la carita con el chocolate derretido. Hundió el rostro en el delantal para enjugarse las lágrimas y seguir su rutina diaria llevando dentro de su ser esa pena que le apretaba las entrañas. En ese instante sonó el teléfono. Su marido, Ernesto, lo contestó.
—¡Hola, mi Carlita! ¡Qué gusto oír tu voz! Claro, claro. Tu mamá y yo estamos aquí para ayudarte. Sí, sí. Te oigo perfectamente. Me parece muy acertado lo que has decidido hacer. Entiendo que no puedas hablar más, pero mañana nos llamas para concertar los detalles. Cuídate, mi amor, y dale besitos a nuestra Camilita.
Colgó el teléfono, abrazó a Rosario, quien, con asombro, veía a su marido, muy poco dado a expresar sus emociones, llorar inconsolablemente, como niño. —¿Qué pasa? ¿Qué te dijo? Por Dios, contéstame, de una vez por todas –exclamó Rosario.
—Carlita ha decidido separarse y dejar de ser víctima de ese degenerado. Tenemos que facilitarle la decisión ofreciéndole un plan para organizar su nueva vida.
Voy a hablar con el banco inmediatamente para refinanciar la casa y dar el pago inicial para comprarles a ella y a la niña un condominio para brindarles por fin un poco de estabilidad y sacarlas del mundo caótico donde hasta ahora han vivido. Además, hay que hacer una cita con un psicólogo para que ella y la niña empiecen a paliar el daño irreparable que han sufrido, atrapadas en el mundo de ese vil psicópata y …
—No sigas, Ernesto, y cálmate. No podemos pretender que en un santiamén la situación vaya a ser color de rosa. Mañana nos sentaremos más pausadamente a planificar nuestro proyecto de liberación para nuestras adoradas Carlita y Camilita. Por el momento, celebremos con champán y un pedazo de tarta de chocolate por los buenos tiempos por venir que nos ha deparado el destino.
Por muchas horas no pudieron conciliar el sueño, debido al regocijo que inundaba todo su ser. Su hija había decidido, por fin, salir de su asfixiante prisión, y empezar a respirar aires libres que la llevarían muy lejos. En calidad de padres, querían ser partícipes en la digna aventura del renacer de una nueva vida.
Al apuntar el alba, el timbre del teléfono los sacó de su mundo ensoñador, y Rosario, saltando de la cama, entusiasmada, contestó: ¡Aló, Carlita, mi amor! No te oigo. Habla más fuerte. ¿Cómo que no puedes? No, no llores. Tu papá y yo comprendemos perfectamente tu decisión. Siempre te querremos y estaremos aquí, si es que algún día cambias de opinión. No, no te preocupes si no vas a poder llamarnos ahora que se van a vivir a México.
Claro, si alguna vecina te permite usar su teléfono nos daría mucha alegría volver a oír tu voz. Adiós, cuida a Camilita y, como siempre, estaremos aquí esperando que…
—Parece que ese controlador implacable cortó la comunicación, sin que ella pudiera darme la nueva dirección en México –le dijo a Ernesto, quien, con ansiedad y desesperación, la miraba fijamente.
—No podemos quedarnos con los brazos cruzados. Hay que hacer algo –exclamó Ernesto, con voz desgarradora.
—Ernesto: No. Esa no es la manera de actuar.
–¿Pero qué quieres que hagamos? ¿Nada?
—Exactamente. Nada. Eso es lo que tenemos que hacer –le respondió Rosario, de manera muy calmada.
—Ernesto: si queremos tener paz con nosotros mismos, hay que aceptar la situación tal cual se nos presenta. Esa es la realidad. No nos queda sino esperar hasta que nuestra Carlita encuentre la llave que la deje marchar libre descubriendo nuevos mundos hasta ahora desconocidos para ella.
Ernesto no parecía muy convencido del razonamiento de Rosario, pero la fortaleza y la serenidad que ésta irradiaba reanimaron su derrotado espíritu luchador. Ensimismados, bajaron a la cocina, a prepararse el desayuno. Rosario colocó el pastel de chocolate en la mesa y sirvió dos tajadas. Ernesto introdujo un bocado en su paladar. Tras deglutirlo, muy abatido, empezó a decir:
—Esta experiencia es el chocolate más amargo que la vida me ha … –Rosario lo interrumpió, diciéndole: La vida nos ha brindado muchos ingredientes dulces y amargos, pero la vida es el chocolate más dulce que tenemos. Disfrutémosla juntos y esperemos que nuestra hija muy pronto se una a nosotros en este festín de nuestra existencia.
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