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Hartistas

  • Columnas

 

 

 

 

Una serie de críticas fulminantes contra el arte contemporáneo, o más bien contra el arte conceptual, ha tomado la forma de columnas periodísticas, libros, blogs, vídeos virales, conferencias magistrales y Movimientos que declaran un estado de emergencia en el mundo del arte. Críticos, artistas, académicos y estetas argumentan que algo que no es arte se está haciendo pasar por él y peor aún, ese algo se está saliendo con la suya.

La denuncia imputa a supuestos expertos, gestores, gobiernos, curadores, artistas, coleccionistas y galeristas que, postrados en su insufrible banalidad pomposa, imponen una autoridad cuasi-dogmática capaz de disfrazar lo desechable de prístino y al charlatán arribista de demiurgo genial. Mientras tanto, los disidentes de este enfoque rapaz se enfrentan al tajante estigma de incultos, sub-normales, iletrados o parroquiales; bajo este yugo, quien objeta a los decretos de la monarquía chic-postmoderna es cuando mucho, un energúmeno analfabeta sub-culturizado pusilánime y probablemente pasado de moda.

El movimiento hartista, cuyo manifiesto proclama un contundente fastidio ante el estado del arte, también denuncia la injusta implantación en la escena artística de valores falsos o aleatorios a conveniencia del poder. El hartismo enuncia entre sus objetivos “recuperar la normalidad, la sinceridad y la sencillez” y su sitio web ofrece un cuestionario que diagnostica si se es no hartista.

Este movimiento de origen gallego se afilia y deriva de otra corriente de pensamiento surgida en Inglaterra durante los años 90 llamada Stuckism, este precursor/hermano fue iniciado por 12 fundadores, pero ha crecido hasta contar con más de 200 artistas afiliados en 52 países.

 


La ambigüedad de la palabra ‘contemporáneo’ puede generar confusión, ya que engloba un conjunto muy heterogéneo de prácticas artísticas cuya contemporaneidad es caduca por definición. Diversos autores han abordado esta problemática, ahondando a menudo en la diferencia con el Arte moderno y su acotación histórica. En este artículo se hace referencia al arte conceptual en un esfuerzo por corregir las imprecisiones de algunos críticos.


 

América Latina ha vivido su propia insurrección anti-conceptualista y no sería exagerado señalar a Avelina Lesper, la estridente crítica de arte mexicana, como su punta de lanza. Con un discurso culto, directo, confortativo y ocasionalmente elocuente, Lesper se construye como una figura tan controversial como exitosa, sus filosos artículos en varias publicaciones periódicas, su blog, su libro “El fraude del arte contemporáneo” y varias entrevistas en TV y radio le han consagrado como LA iconoclasta hartista du jour en el mundo de habla hispana.

La recepción del público ante estos reclamos ha sido generalmente empática, una abundancia de espectadores se ha sumado a sus opiniones, generando un cuantioso séquito virtual que indignado por el elitismo excluyente, encuentra razón en las promulgaciones de los insurgentes hartistas.

 

 

El ascenso a la popularidad de todas estas entidades no es fortuito, basta una brevísima revisión de los últimos cien años de historia del arte para identificar la fuente del enojo. La progresión desde las vanguardias del Siglo XX (Expresionismo, Cubismo, Fauvismo, Cubismo y Dadaísmo entre otras)  hasta los rockstars conceptuales de la actualidad (Jeff Koons, Anish Kapoor, Damien Hirst, Marina Abramovic, Yayoi Kusama y Gabriel Orozco entre otros) puede parecer una espiral en descenso hacia la locura, un testimonio de la descomposición del tejido social o la fase final de un apocalipsis estético. Pero aunque sea bajo beneficio de la duda, vale la pena resistirse a las interpretaciones reduccionistas y echar una mirada a las justificaciones de las obras, los artistas y los movimientos que se busca descalificar.

Un elemento común entre todos estos detractores del arte conceptual es el estilo argumentativo traje nuevo del Emperador. Sus manifiestos dignos, severos e indignantes pretenden informar al público por primerísima vez que las cosas que están en los museos y las galerías no son arte, añadiendo que existen personas con habilidades técnicas superiores, capaces de pintar o esculpir con maestría y que en lugar de sus creaciones miméticas hay basura en los pedestales. Léase: “¡el Emperador está desnudo!”.

 

El arte conceptual contiene en su médula la desafiante proposición de que es posible hacer arte sin la necesidad de hacer objetos artísticos, apuesta a poder generar experiencias estéticas valiéndose de ideas, significaciones y textos, bajo la hipótesis de que los beneficios del arte son asequibles mediante procesos intelectuales detonados por conceptos y no exclusivamente mediante la apreciación de obras manufacturadas con maestría técnica. Ésta es su gran contribución a la historia del arte; ésta es su disidencia de la ortodoxia y nadie está tratando de esconderlo. Léase: “el Emperador está de nudista porque quiere explorar presentando su desnuda majestad en público, pruébelo usted mismo, es muy liberador”.

Como en cada episodio de la historia del arte, no todos los proponentes de un estilo logran obras afortunadas ni todos los subgéneros son fructíferos,  como ha sucedido antes perseveran los mecenazgos corruptos y los artistas vulgares, además el arte conceptual es particularmente vulnerable a la charlatanería y la especulación financiera ya que la subjetividad toma un papel exponencial en sus procesos comerciales; pero la ausencia de técnicas académicas, pictóricas o escultóricas, de ninguna manera amerita un desenmascaramiento dramático y el llamado a las armas que algunos hartistas parecen convocar.

Hay algo en estas críticas acérrimas que me resulta muy incómodo, cuando la descalificación de prácticas culturales se basa en odas nostálgicas por un pasado mejor o en recuperar los valores se han perdido, me parece urgente revisar quienes más han jugado este juego antes, la respuesta es tan obvia como funesta. Más valdría en

frentar esta bestia posmoderna con un análisis matizado y profundo que con antorchas, las polémicas bombásticas son efectivas para convocar a las masas, pero dejan estragos y lo que está en juego es sorprendentemente frágil.

 

 

Siendo justos, debemos reconocer que una abundancia de piezas fallidas se presenta como arte conceptual de forma frecuente. La incomprensión generalizada de los fundamentos de esta práctica artística ha abierto la puerta a una marabunta de pretensiones y esoterismos, nunca mejor que representados que cuando hipsters iluminados miran a un lienzo blanco y silenciosamente compiten por demostrar quién entiende más,  pero el arte malo y los esnobs no son exclusivos del conceptualismo, estos son simplemente gajes del oficio.  

En el espíritu de invitar a aquellos todavía indecisos en este tema tan contencioso a hacer  una introspección, me permito una última nota que, aunque repetida ad nauseam, es pertinente ahora. Aberrante o no, la pieza artística existe objetivamente, sin embargo las interpretaciones que de ella derivan hablan menos de la pieza y más de quien las emite. Léase: la belleza está en el ojo del espectador.

 


*Moises J. Himmelfarb es bailarín, coreógrafo y gestor cultural. Actualmente funge como coordinador  de Asuntos  Culturales en el Consulado de México en Seattle. moises.himmelfarb@gmail.com