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El reflejo del alma/Verónica María Cura

 

El reflejo del alma
El gigante dejó caer su capa sobre las flores recién brotadas y encaminó sus feroces pasos sobre las almas piadosas del mundo.
La oscuridad cubrió todo. Los sueños fueron pesadillas.
La iglesia estaba llena. Las plegarias eran repetitivas, hasta que, ante la extenuación, callaban las voces.
Sólo uno siguió rezando.
Afuera, el gigante continuaba al acecho, sembrando el horror y la barbarie, aniquilando cualquier expresión de vida que encontraba en su terrible paso.
La atmósfera era dolorosa y corrompida por una niebla gris.
La pestilencia llegó a la iglesia, y ésta se desmoronó piedra sobre piedra. Uno a uno cayeron los santos que adornaban el altar. Una a una, estas víctimas del iconoclasta fueron cubiertas por el manto del gigante, quien reconoció que, al fin, había despertado de su sueño, que éste se había cumplido.
Pero estaba cansado. No era fácil llevar ese pesado y repugnante cuerpo.
Se dejó caer sobre los escombros y, ante el nefasto paisaje, para él, el más hermoso que hubieran visto sus ojos, esbozó una sonrisa.
El sepulcral silencio se vio cortado por una voz dolorida pero dulce.
Desde los escombros, el gigante ejecutó un enorme salto. Aquella quejumbrosa voz provenía de allí. La voz emitía un ruego, una real imploración para el único ser que podía escucharlo y ayudarle.
Enfurecido, el gigante empezó a arrojar los escombros por doquier.
Hasta que el invocante hombre, Rogaciano, quedó al descubierto. Estaba vivo, con los ojos cerrados, pero no tenía miedo.
El gigante jamás había conocido hombre más fuerte que ése. Ni siquiera él habría podido hacerlo.
Dicen que los ojos son el reflejo del alma.
El hombre que rogaba abrió los ojos y levantó la vista hacia aquel fatídico engendro. En ese instante, el colosal gigante se desplomó sobre la tierra.

Copyrigth.Verónica María Cura
Lugar de residencia: El Palomar, provincia de Buenos Aires,  Argentina.