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Ciudad Brillante/ Gonzalo Armando Tovar

Ciudad Brillante
Al caer la tarde, sentado en la colina más alta de la ciudad, Solariego aún extraña aquellos días interminables. También sabe que siempre ha debido ser así; de otra manera, imposible. Cuando cumplió 18 años comenzó a comprender muchos fenómenos que de niño, para él, sólo eran normales o, mejor dicho, solamente eran cosas. Escuchando la radio, se entera de la nefasta noticia:
—A partir de hoy las luces en la ciudad serán reducidas a la mitad en su funcionamiento durante el día, pero en las noches todo volverá a la normalidad –sentenció la máxima autoridad citadina.
–Pero ¿por qué? ¿Qué sucedió? ¿Acaso hay problemas con el restaurador de emergencias? –en voz baja se preguntó el joven Solariego. Su padre, durante los años que fue alcalde, había creado, junto a los ingenieros destacados, un sistema donde todo el día había luz artificial en la población.
Dada la ubicación de la urbe, en el Valle de la Penumbra, muy lejos del nivel del mar, donde los rayos del sol llegaban sólo al medio día, la población estuvo de acuerdo en la construcción de dicha obra, con los recursos de los contribuyentes. El pueblo estaba muy feliz, puesto que ya no hacía falta esperar el medio día para salir a la calle o aguardar hasta la siete de la noche, cuando todo el sistema de alumbrado comenzaba a funcionar.
—La historia local ha sido dividida en antes y después de esta obra. Por eso, a partir de este momento decreto que se le debe denominar «Ciudad Brillante», ya que en las calles y en cada hogar siempre habrá claridad meridiana. Seremos la única luz en este Valle –decretaba el entonces alcalde y primer munícipe de la flamante Ciudad Brillante. De todos lados del país acudían visitantes a contemplar tal maravilla.
No puedo creer que no haya oscuridad, ni siquiera en las noches –decían algunos. Otros, arrogantes, sólo vaticinaban el colapso de los sistemas que permitían contar con luz artificial las 24 horas: –no son una superpotencia para mantener por años dicho proyecto. Habían transcurrido así muchos años de felicidad: un decenio. El padre de Solariego no podía seguir como alcalde, a pesar de la petición de su pueblo. Era muy apegado a la legalidad.
–La ley manda que, transcurrido el tiempo de mi mandato, no puedo optar a un segundo período. Aun si así fuere, tampoco lo haría, pues diez años es tiempo justo para mejorar a un pueblo. Permanecer más tiempo en el poder podría ser peligroso. La tentación puede invadir la mente de cualquiera que administre esa fatal combinación: dinero y poder.
De esta manera se despidió de su pueblo el primer alcalde de Ciudad Brillante. Sin que alguien lo sospechase, para la comunidad se avecinaban tiempos difíciles. Bajo la promesa de «mantener lo bueno y derribar lo malo», el candidato del partido SUPREMO, Rotzer Arzfrei, obtuvo la victoria, con el 70 % de respaldo de los electores. Luego de la euforia electoral de sus simpatizantes, la nueva autoridad, al juramentar ante el Comité de Elecciones, destacó lo siguiente:
En mi mandato, lo que haga daño a la ciudad será desechado y buscaremos el bienestar de ustedes por encima de cualquier cosa.
De los miembros del Concejo Administrativo de la comuna, sólo la mente de uno, Niahc Ifar Endrino, sabía lo que estaba por venir. Representaba al partido SUPREMO. Además tenía relaciones con muchos empresarios de otras latitudes (y longitudes). Su intención era lograr que la máxima autoridad de la ciudad convenciera al pueblo de exterminar la inmensa y densa vegetación que rodeaba las prominencias del Valle de la Penumbra, la cual evitaba el paso de los rayos solares.
El objetivo era conseguir un jugoso contrato, ya que era tanta la vegetación, que, según los expertos, para lograr tan malévolo propósito, tardarían cinco años trabajando todos los días, sin descanso alguno. Rodeado de licor y de mujeres de la vida fácil, en una noche agitada, el representante del Concejo Administrativo logró convencer del macabro proyecto al alcalde.
Para el necesitado pueblo de Ciudad Brillante serían cinco laaargos años de pleno empleo –argumentaba el dizque representante del pueblo ante el Concejo. El alcalde consideró que el proyecto era excelente, sobre todo por la idea de generar trabajos, pero su poca visión de futuro le impidió considerar una proyección de mayor alcance.
Comprometido el jefe de la comuna, el primer paso estaba dado ya. Días después de esa libertina noche, al despacho del alcalde llega el representante del pueblo por el partido SUPREMO.
—¿Cómo está, señor alcalde? –le pregunta Niahc Ifar. El recién electo munícipe, Rotzer Arzfrei, aún no le contesta. Infiere que ha dado su palabra de honor a una persona que puede chantajearlo si no cumple el pacto de «caballeros» que ambos habían contraído en aquel escenario macabramente diseñado para fines oscuros. En realidad se hallaba ante una disyuntiva de difícil resolución.
Pensó que, tal vez, siguiéndole la corriente a Ifar, lograría distraerlo y, a lo mejor, en unos meses, o máximo un año, se le pasaría la idea de eliminar ese bellísimo bosque, el cual era un espléndido obsequio de la naturaleza. Después de la celebración, con remordimiento de conciencia, Rotzer se presenta ante el concejo y los once representantes del pueblo para ofrecer los detalles de cada uno de sus proyectos.
—Hablo de la salud. La densidad del bosque que nos rodea hace que algunos mosquitos inoculen enfermedades aún no identificadas por nuestros científicos. Por ello, con toda la responsabilidad del caso y sin herir a la madre Natura, construiremos un laboratorio en el corazón del Valle de la Penumbra.
La intención del alcalde era atacar de una vez el proyecto de Ifar, al incluir un laboratorio para investigar en el rubro de la salud. Pensaba que las intenciones podían cambiar y tomar otro rumbo. Terminada su intervención, no tuvo valor para decirle a la gente siquiera una sola palabra acerca del proyecto del representante Ifar. Le parecía que esa propuesta era una burla al pueblo que, mediante el voto, había demostrado plena confianza en él.
Niahc Ifar Endrino sabía que el camino distaba de ser fácil. Por ello, mediante abominabless artimañas, compromete a los seis representantes del partido SUPREMO en el Consejo Administrativo.
La destrucción del bosque empezó, y en tiempo sin precedente finalizó. Duro golpe para los brillantinos: comenzó la propagación de enfermedades, pues en el bosque habitaban los animales y seres vivos que mantenían el equilibrio en torno a todo: el aire, los mosquitos, la temperatura y la totalidad del ecosistema donde los brillantinos eran felices. Los ciudadanos acudían a los hospitales pero no obtenían respuestas, ni salud.
—He perdido a mi esposo y a dos de mis hijos debido a la peste que ha surgido desde que comenzó la destrucción del bosque –decía una triste madre, ahora viuda. Solariego comprendió que se debía emprender alguna actividad reconstituyente. Empezó hablando con cada uno de los habitantes de Ciudad Brillante. Trataba de explicarles que, si ellos pensaban que el bosque resurgiría, esa idea se haría realidad.
—Por favor, sólo por pensar en algo ese algo no se hace realidad –decían los más pesimistas. No le creían. Simplemente era más fácil entregarse que luchar. Su padre, quien ya estaba alejado de la política, le dijo a Solariego: hijo. Ha llegado la hora de revelarte un secreto –su padre había guardado una docena de semillas de cada una de las 300 diferentes especies de árboles que existían en el Valle de la Penumbra. Lo había hecho porque sabía que el mal nunca se entrega al ocio.
—Prométeme que harás lo mismo. Es un secreto que debe permanecer en el tiempo para evitar que nuestro pueblo desaparezca –escuchó Solariego decir a su padre. Para realizar este proyecto, Solariego debía ser alcalde. Esa espera le provocaba sufrimiento, sabiendo que él tenía en sus manos la solución. Convenció a los votantes, lo eligieron y de inmediato empezó a trabajar en la reconstrucción del bosque.
Las semillas funcionaron. En tiempo que estableció nueva marca, la recuperada y densa floresta que circundaba a Ciudad Brillante abrazó de nuevo a la población urbana. Pero en esta ocasión la luz llegó por medio de las luciérnagas, alimentadas por las hojas de los árboles que Solariego había sembrado.
Copyrigth. Gonzalo Armando Tovar

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